7 claves para reconocer un dojo de artes marciales y una gran duda

Escuela, club, gimnasio, centro… son muchas las denominaciones que se utilizan en la actualidad para nombrar a lo que tradicionalmente en Japón se ha venido a llamar dojo y que tiene su equivalente en las artes marciales de otros lugares. Dojo se traduce por «el lugar donde se aprende el camino». Pero esto no da mucha información. ¿Sabes cómo se llaman las aulas de formación de las factorías de Nissan? Efectivamente, se llama dojo.

Honbu dojo de la IOGKF (Karate Goju Ryu) en Okinawa

En artes marciales el concepto de dojo tiene muchas connotaciones y seguramente cada uno lo entiende a su manera. No pasa nada si una escuela no cumple con estos parámetros o si la práctica no se asemeja a la descripción que hacemos a continuación. No hay ningún problema. Pero, para mí, hay siete características que pueden definir lo que es un dojo o que, al menos, nos dan pistas sobre si estamos hablando de un dojo o de otra cosa.

  1. En un dojo imparte clases un maestro
Un maestro tiene vocación por enseñar

Ya, ya sé lo que me vas a decir. ¿Qué es un maestro? Pues si quieres saber lo que para nosotros es un maestro, puedes visitar nuestro artículo 7 rasgos del un buen maestro de artes marciales. Pero para ponértelo fácil te diré que es alguien que cuida a sus alumnos y trata de transmitirles lo que necesitan. Que les ayuda a desarrollarse como artistas marciales y como personas. Que basa su enseñanza en su experiencia marcial, en una formación adecuada y en la vocación de enseñar y transmitir sus conocimientos y sus valores. Pero entiendo que es difícil definir lo que es un maestro, tienes razón. Lo que no es tan difícil es definir lo que no es un maestro. Un maestro no es una persona que enseña sin la experiencia y los conocimientos necesarios o con el único objetivo de ganar dinero, por ejemplo. Un maestro no es un monitor por horas que invierte solo el tiempo que le pagan y que lo mismo enseña karate que voleibol o balonmano. Un maestro no es una persona que utiliza a sus alumnos para lograr sus propios objetivos en lugar de velar por los de ellos.

Cuando el que está al frente del dojo es una maestro la calidad se nota. Y también el cariño, la dedicación y la buena voluntad con la que se hacen las cosas. Y cuando no lo es, se nota aún más.

2. No solo está disponible para practicar en las horas de clase

Normalmente en toda escuela de artes marciales se estipulan unas horas de práctica. Aunque originalmente la enseñanza era individualizada, los tiempos modernos nos hacen a todos esclavos del reloj y hacen necesarios los horarios. Sin embargo, más allá de esas horas estipuladas, es frecuente pasar frente a la puerta de un dojo y ver gente practicando «a deshora».

La persiana entreabierta, indicativo de que no hay clase pero sí hay alguien practicando

El dojo está disponible cuando es necesario. Probablemente algún día se den cita para un último repaso los alumnos que preparan exámenes o los de un nivel determinado para trabajar algún contenido concreto. Y en otro momento puede que se compartan una horas de práctica con compañeros de otra escuela o incluso de otro arte marcial. Los propios maestros o alumnos más avanzados seguro que aprovecharán las horas en las que no hay clase para seguir progresando, seguir aprendiendo. Esta es una manera de que cada alumno pueda recibir una enseñanza más personalizada y adecuada a sus características y necesidades. Por eso el dojo (y por lo general el maestro o los maestros) está disponible siempre para practicar. O debería estarlo.

3. En un dojo hay alumnos, no clientes

No está en mi ánimo criticar a nadie. Por eso, a sabiendas de que pueda estar equivocado, pretendo solo exponer mis sensaciones y mi planteamiento personal: en mi dojo no hay clientes, solo hay alumnos. Y desde el primer minuto en el que una niña pequeña y un señor de 50 años entra en la escuela y empieza a practicar, para mí es mi alumno.

¿Me pagan por las clases? Sí, aunque en algunos dojos a lo mejor ni siquiera se cobrará una cuota. Es una forma de poder mantener el dojo y la dedicación del maestro. Pero para mí no es una persona que me paga por enseñarle, sino una persona que quiere aprender y que deposita en mí su confianza para que le ayude. En mi cabeza y en mi corazón, esa responsabilidad pesa muchísimo más que los euros que haya podido pagar por mis clases. Casi todo cuesta esfuerzo y dinero y mantener un dojo también. Afortunadamente, en muchos casos un maestro de artes marciales puede vivir modestamente y una escuela puede subsistir sin necesidad de mirar por cada euro que entra y sale y sin tener que condicionar la forma de enseñar o de practicar al dinero. Lo que nos lleva, irremediablemente, al siguiente punto.

4. El dinero importa… lo justo: lo importante es la práctica

Si la práctica se enfoca a tener más alumnos o ganar más dinero, mal vamos. Porque a veces (¡muchas veces!) la mejor manera de practicar no es la más rentable ni la más comercial. Las artes marciales son difíciles, duras y se progresa lentamente. Yo pienso que todo el mundo puede practicar artes marciales, pero no todo el mundo está dispuesto a hacerlo. Por eso, supeditar la práctica a que el alumno disfrute, esté cómodo y quiera seguir practicando (y pagando su cuota) es posible solo hasta cierto punto. Si vas a una tienda a comprar un televisor y no tienes dinero te vuelves sin el televisor. Pero un dojo no es una tienda. A aquel que está dispuesto a hacer los esfuerzos y sacrificios que supone la práctica marcial ¿qué maestro va a negarle su enseñanza por no pagarle una cuota? Siempre que haya un motivo…

Del mismo modo, hablábamos anteriormente de prácticas a deshora y de exámenes. A veces para los unos y los otros se requiere al alumno algún pago extraordinario. Creo que esto puede ser aceptable dependiendo de la motivación. Si se plantean porque son recomendables o beneficiosos para el alumno e incluso él puede elegir si participar o no, adelante. Todo sea por el bien del alumno. Si se plantean como medida recaudatoria y para conseguir unos ingresos extra… en fin, seguro que me entiendes ¿verdad? Si el dinero en el dojo es más importante que la práctica, a lo mejor no es un dojo.

5. En un dojo se respetan las formas y la tradición

La palabra «tradicional» se usa mucho en artes marciales, en la mayoría de los casos de manera discutible. En nuestro artículo Las artes marciales… ¿son tradicionales? tienes opiniones cualificadas. Pero sí es cierto que el propio concepto de dojo es un concepto tradicional y por tanto cabe pensar que engloba ciertas prácticas tradicionales. Indumentaria adecuada, saludos de inicio y finalización de clase, cierta jerarquía, algunas ceremonias o rituales… incluso fotografías o referencias a antiguos maestro colgadas en la pared.

Las formas son importantes cuando conllevan una actitud

Sé lo que estás pensando: «esto se hace en todas las escuelas de artes marciales». Tienes razón en que casi siempre, a excepción de entrenamientos puramente deportivos, estas cosas son parte de las clases marciales. Pero no siempre tienen un sentido, un significado. A veces son solo decoración, mera costumbre o cierto «teatrillo» que hay que hacer en las clases antes de ponerse a entrenar. En un dojo, sin embargo, todo esto tiene su lugar como parte de la práctica y está integrado perfectamente en ella, porque no supone una impostura sino que indica una actitud, una forma de entender las artes marciales.

Y, por supuesto, en el dojo destaca el afán por respetar lo que los maestros nos enseñaron para poder recrearlo y, en su caso, transmitirlo. Esto no tiene porqué significar que el arte marcial no evolucione, pero sí que esa posible evolución esté basada en las enseñanzas anteriores y esté en consonancia con el estilo o el sistema en su conjunto y no se haga nunca a la ligera.

6. Las relaciones en el dojo son como las de una familia

Permíteme que te cuente algo que me pasó hace poco. Coincidí con un compañero, un amigo con el que sude la gota gorda durante muchos años en el tatami. Estuvimos un rato charlando y parecía que el tiempo no había pasado y, en cierto momento de la conversación, mi amigo dijo: «es que vosotros sois mi familia». Y de verdad que yo también lo sentía así.

Los miembros de una familia han compartido vivencias y situaciones, a veces felices, a veces complicadas y duras, que se han sacado adelante gracias a la colaboración y a apoyarse unos en otros. Y se ha creado una complicidad y una cultura de grupo. Hay aprecio de los unos por los otros. Todos los miembros quieren ayudar a los demás. En una familia no está por encima de los otros el más guapo, ni el más listo, ni el más fuerte… cada uno aporta lo que puede. Y se respeta a los mayores precisamente por serlo, dándole a cada uno su sitio. A veces los hermanos se pelean o hay alguna discusión en la mesa, pero al final todo se arregla. Pues lo mismo ocurre en el dojo. Las artes marciales nos ponen en situaciones difíciles y en la mayoría de los casos las vivimos en el dojo y las superamos de la mano de los compañeros, como una familia.

En China esto de las artes marciales y la familia lo tienen clarísimo. Se habla de «hermanos» para referirse a los compañeros. Seguro que habrás visto en las películas de Kung Fu llamarse los unos a los otros «hermano mayor» o «hermana pequeña». Pues, salvo excepciones, no es que sean una familia muy numerosa, sino que practican en la misma escuela. Además, para referirse al maestro se emplea la palabra Shifu, que significa «padre». ¿Hay mejor ejemplo de que un dojo es como una familia?

Eso sí, ¡cada familia es un mundo!

7. El dojo es de todos porque el dojo somos todos

En Japón, todos limpian al terminar la clase

Si visitas un dojo en Japón seguramente podrás ver que en un rincón hay colgados unos trapos o unas mopas. Y al finalizar la clase, verás como los alumnos limpian con ellos el suelo o el tatami, recorriéndolo agachados de lado a lado. ¿Si los alumnos no limpian el suelo no es un dojo? No, claro que no. Pero es un claro ejemplo de cómo el dojo debe ser valorado y cuidado por todos. Igual que nos sentimos parte de nuestra familia, así nos sentimos parte del dojo. Igual que colaboramos en mayor o menor medida en nuestra casa, así colaboramos en el dojo. Limpiando si es necesario, pero también cargando en mudanzas, arreglando lo que se rompe, ayudando a colocar nuevos elementos, sustituyendo al maestro cuando no puede dar clase… el dojo no es un sitio al que vamos tres veces por semana a hacer ejercicio, es algo de lo que somos parte, es también nuestro, de todos.

Teniendo en cuenta todo esto: ¿puedes decir que aprendes artes marciales en un dojo? Sea cual sea la respuesta, no tiene importancia siempre y cuando tú estés cómodo y disfrutes de la práctica. Y desde luego los puntos expuestos son todos muy discutibles y es probable que falten o sobren algunos.

Pero durante la preparación de este artículo me ha surgido una pregunta para la que no tengo una respuesta clara. Tal vez tratemos de contestarla en algún otro artículo en el futuro (se nos acumula el trabajo), pero de momento la lanzamos al aire por si alguien, como tú, quiere recoger el guante: ¿es un dojo un lugar físico donde se practican artes marciales o es otra cosa?

Juan Antonio García Ruiz
www.kidokandojo.com

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